Armonía
Mis guacharacas margariteñas son, contrariamente a lo imaginado, mucho menos ruidosas que sus parientes hatillanas. Quizás porque establecido que le asiste derecho indiscutible a las guayabas de mi jardín, no sienten que he llegado a invadir su territorio. Entonces me han recibido con un gorjeo más bien tímido, un canto de bienvenida. Las hormiguitas de la cocina se niegan a mudarse, por mucho que las he invitado a transitar otros espacios. Llegaremos a acuerdos. Pierrot, un gato silvestre pero hermoso exponente de la felinidad feliz, habita en un resquicio de la pared que colinda con el muro exterior. Es extraordinariamente grácil. Sus movimientos chocan con mi torpeza que no ha sido vencida por años de educación. Un colibrí bate sus alas sobre una flor rosada que le ofrece su dulzor. Hay armonía natural en esta casa que trato de convertir en hogar.
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