Gobiernos de las minorías
Aunque sintamos que pasaron meses, hace tan
sólo una semana estábamos en pleno afán electoral. A la luz de los cómputos,
tenemos un país picado en tres toletes, uno “rojo rojito”, uno “progresista” y
un tercero que no cree ni en uno ni en otro, que no siente que la política
sirve para algo, o soluciona algo, o siquiera vale el esfuerzo de votar. No son
ni-ni, como algunos podrían apuntar; son una categoría intrínsecamente diversa,
a la que podemos denominar “no creyentes”.
No estoy en lo más mínimo interesada en
buscar culpables a quienes lapidar por los altos índices de abstención. Quiero
más bien conminar a la reflexión para descubrir y entender la multiplicidad de
razones que generan una abstención de los niveles que vimos en una contienda
electoral que, por cierto, no se limitaba a la elección de alcaldes y ediles.
Aquí se estaba consultando al pueblo sobre su estado anímico. Y, siento
decirlo, los dos principales bandos en contienda recibieron su buen rapapolvos.
Hay dos situaciones en las que en las
democracias se produce alta abstención: Una, cuando las cosas están muy bien y otra,
cuando las cosas están muy mal. Cuando las cosas están muy bien, la alta
abstención termina produciendo gobiernos endebles. Cuando las cosas están mal,
los gobiernos elegidos representan apenas y con penas a minorías. En ambos
casos, la democracia peligra, para perjuicio de los países, de las comunidades y de sus ciudadanos. La abstención, sepámoslo,
es un problema grave, una enfermedad.
Las razones para abstenerse son diversas. Son muchos meta mensajes enviados por
la población a los gestores de la cosa pública. No hay por tanto un único
mensaje a analizar. Por cierto, la abstención afectó a un
sector y a otro. No se puede pensar que todos los que se abstuvieron comparten
la misma razón para su decisión de no participar.
Tenemos una abstención del
41% a escala nacional. Alta, demasiado alta para un país que está patinando en problemas serios. Ese dato varía de municipio en municipio e incluso de
parroquia en parroquia y de centro en centro. Esa abstención produjo además
algo extremadamente importante que no
puede ni debe escapar al análisis serio de quienes toman decisiones
estratégicas y tácticas: en buena parte de los municipios, los triunfadores no
pueden presumir de representar a la mayoría. En el grueso de los casos, con
honrosas y muy escasas excepciones, los ganadores con suerte representan a la
mayor de las minorías. Es decir, son gobiernos elegidos por minorías. Eso no
los hace ilegales ni ilegítimos, pues las leyes electorales en vigencia no
establecen un mínimo de participación ni un mínimo de votos para obtener la
legitimación. En Venezuela, incluso si la abstención superare con creces a la participación,
gana el que tenga más sufragios, así sea uno. Que a mí eso me parezca un
exabrupto, bueno, ese es mi parecer, un asunto que creo debe ser abordado en
debates públicos nacionales. Pero el mero hecho de haber sido elegido obliga al
nuevo gobernante o legislador, en primer lugar, a tener muy claro que su primer
deber es comprender que incluso habiendo sido elegido por minorías, su responsabilidad
es para con todos los ciudadanos de su municipio y, en segundo lugar, fuerza al
elegido a comprender la precariedad de su origen. Que la estrategia unitaria dio frutos
tanto al oficialismo como a la oposición, no hay duda. Tanto fue así que cuando
se rompió la unidad en un conglomerado, ganó el adversario. Esto hay que verlo
no sólo en los alcaldes sino en los concejales. He allí también un dato que los
dirigentes políticos deben revisar sin demora.
No puedo ni quiero dejar de resaltar en
estas líneas la patética estrategia del gobierno nacional de nombrar a sus
candidatos perdedores en cargos inventados. La figura del “protectorado”, por
cierto con un claro tono imperialista, no es sino el ejercicio de la burla a la
Constitución y a los ciudadanos. Pero acaso el caso más ridículo y vergonzoso
es la designación del derrotado candidato a la Alcaldía Mayor de Caracas Ernesto
Villegas como Ministro de Estado para la transformación de Caracas. Villegas
perdió, de eso no hay duda alguna. Que Maduro le dé ese cargo como premio de
consolación al vencido es un acto con pestilente tufo antidemocrático. Y que
Villegas lo haya aceptado es indigno de quien tanto cacarea sobre su condición
de papá de los helados. Ernesto, chico, per-dis-te. Metabolízalo. Sé hombre y
asume tu barranco.
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