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martes, 10 de diciembre de 2013

Gobiernos de las minorías



 Aunque sintamos que pasaron meses, hace tan sólo una semana estábamos en pleno afán electoral. A la luz de los cómputos, tenemos un país picado en tres toletes, uno “rojo rojito”, uno “progresista” y un tercero que no cree ni en uno ni en otro, que no siente que la política sirve para algo, o soluciona algo, o siquiera vale el esfuerzo de votar. No son ni-ni, como algunos podrían apuntar; son una categoría intrínsecamente diversa, a la que podemos denominar “no creyentes”. 


No estoy en lo más mínimo interesada en buscar culpables a quienes lapidar por los altos índices de abstención. Quiero más bien conminar a la reflexión para descubrir y entender la multiplicidad de razones que generan una abstención de los niveles que vimos en una contienda electoral que, por cierto, no se limitaba a la elección de alcaldes y ediles. Aquí se estaba consultando al pueblo sobre su estado anímico. Y, siento decirlo, los dos principales bandos en contienda recibieron su buen rapapolvos. 


Hay dos situaciones en las que en las democracias se produce alta abstención: Una, cuando las cosas están muy bien y otra, cuando las cosas están muy mal. Cuando las cosas están muy bien, la alta abstención termina produciendo gobiernos endebles. Cuando las cosas están mal, los gobiernos elegidos representan apenas y con penas a minorías. En ambos casos, la democracia peligra, para perjuicio de los países, de las comunidades  y de sus ciudadanos. La abstención, sepámoslo,  es un problema grave, una enfermedad. Las razones para abstenerse son diversas. Son muchos meta mensajes enviados por la población a los gestores de la cosa pública. No hay por tanto un único mensaje a analizar. Por cierto, la abstención afectó a un sector y a otro. No se puede pensar que todos los que se abstuvieron comparten la misma razón para su decisión de no participar. 


Tenemos una abstención del 41% a escala nacional. Alta, demasiado alta para un país que está patinando en problemas serios. Ese dato varía de municipio en municipio e incluso de parroquia en parroquia y de centro en centro. Esa abstención produjo además algo extremadamente  importante que no puede ni debe escapar al análisis serio de quienes toman decisiones estratégicas y tácticas: en buena parte de los municipios, los triunfadores no pueden presumir de representar a la mayoría. En el grueso de los casos, con honrosas y muy escasas excepciones, los ganadores con suerte representan a la mayor de las minorías. Es decir, son gobiernos elegidos por minorías. Eso no los hace ilegales ni ilegítimos, pues las leyes electorales en vigencia no establecen un mínimo de participación ni un mínimo de votos para obtener la legitimación. En Venezuela, incluso si la abstención superare con creces a la participación, gana el que tenga más sufragios, así sea uno. Que a mí eso me parezca un exabrupto, bueno, ese es mi parecer, un asunto que creo debe ser abordado en debates públicos nacionales. Pero el mero hecho de haber sido elegido obliga al nuevo gobernante o legislador, en primer lugar, a tener muy claro que su primer deber es comprender que incluso habiendo sido elegido por minorías, su responsabilidad es para con todos los ciudadanos de su municipio y, en segundo lugar, fuerza al elegido a comprender la precariedad de su origen.   Que la estrategia unitaria dio frutos tanto al oficialismo como a la oposición, no hay duda. Tanto fue así que cuando se rompió la unidad en un conglomerado, ganó el adversario. Esto hay que verlo no sólo en los alcaldes sino en los concejales. He allí también un dato que los dirigentes políticos deben revisar sin demora. 


No puedo ni quiero dejar de resaltar en estas líneas la patética estrategia del gobierno nacional de nombrar a sus candidatos perdedores en cargos inventados. La figura del “protectorado”, por cierto con un claro tono imperialista, no es sino el ejercicio de la burla a la Constitución y a los ciudadanos. Pero acaso el caso más ridículo y vergonzoso es la designación del derrotado candidato a la Alcaldía Mayor de Caracas Ernesto Villegas como Ministro de Estado para la transformación de Caracas. Villegas perdió, de eso no hay duda alguna. Que Maduro le dé ese cargo como premio de consolación al vencido es un acto con pestilente tufo antidemocrático. Y que Villegas lo haya aceptado es indigno de quien tanto cacarea sobre su condición de papá de los helados. Ernesto, chico, per-dis-te. Metabolízalo. Sé hombre y asume tu barranco. 

soledadmorillobelloso@gmail.com

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