Yo soy mi propia voz...

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domingo, 15 de diciembre de 2013

Hace quince años…


Se dice fácil… y rápido. Pero han pasado quince años del mayor error que ha podido cometer Venezuela. Lo escribo con convicción. Porque elegir a la revolución para gobernar fue un error catastrófico del cual no conseguimos aún medir la proporciones.


 La calidad de los gobiernos no se mide tan sólo en cifras macroeconómicas. Tampoco alcanza el análisis de lo microeconómico. Hay mucho más tapado tras los gritos y estruendos que han caracterizado la puesta en escena en estos largos y dolorosos quince años.


 Hay que poner sobre la mesa los problemas que se han agravado o que han surgido. No es cierto que porque tengamos hoy una nación extremadamente politizada hayamos conseguido progresar en materia ciudadana. Cuando se cree que es "normal" 41% de abstención en un país politizado hasta los tuétanos, se está enterrando el espejo y la cabeza. Por el contrario, a quince años lo que sí tenemos es una sociedad exhausta, craquelada y en permanente riesgo de guerra civil. El nivel de hostilidad y de odio que sufrimos hoy sólo es comparable con los relatos de las guerras de independencia y  federal. La gente es capaz de irse a los golpes por un rollo de papel sanitario, por un paquete de harina, por un litro de leche, por un antibiótico.


 Los venezolanos andan en modo de éxodo. De un país que no llega a 30 millones, más de un millón se encuentran en diáspora. Las embajadas y consulados no se dan abasto para procesar las miles o millones de peticiones de visas. Los jóvenes tienen las ojeras mojadas. Pero buscan visa para un sueño, la visa que ya su propio país no les da.  Aman a su nación con pasión pero sienten que cada día hay más y más empeño en sacarlos de aquí. Hicieron lo que les dijimos que hicieran, que estudiaran con dedicación y empeño, que se formaran profesionalmente, que buscaran una buena pareja y armaran familia. Cumplieron los pasos que les prometimos los llevarían al progreso. Pero la promesa básica no se cumplió. Tienen razón cuando sienten que los traicionamos. Y la verdad es que les enseñamos lo único que sabíamos: a ser gente decente. Y eso no bastó.


 Las familias, rotas, esparcidas por el planeta, se han convertido en espacios que se mantienen porque hay la posibilidad de mensajes de textos, de emails, de fotos por Instagram y de conversaciones por Skype. Los domingos familiares desaparecieron de la agenda. No hay cómo reunir a los hijos y nietos. Ahora tenemos familias virtuales.
 

¿Dónde, dónde, dónde está la “patria querida”?

 soledadmorillobelloso@gmail.com


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